Existe una etapa, tan natural como nuestra despedida, en la que uno no quiere pensar nunca, y quizás por ello, sea la que más dolor nos causa en este viaje de la vida. Más allá de la fé y de las creencias que cada sujeto pueda llegar a agarrarse, es un tema cuanto menos peliagudo.
El momento amargo a la hora de decir el ultimo adiós a un ser querido es demasiado duro, y por ahora, se ha conseguido aliviar dolores, pero nunca el dolor del alma, ese dolor que tarde o temprano deberemos de solventar, o más bien sobrellevar.
El ciclo de la vida está marcado por pautas y como tal, deberían de ser expuestas desde nuestra tierna infancia, haciéndonos con ello, más duros, y sobre todo, mentalizándonos, ya que la última etapa es un peaje que hay que pagar desde el momento que damos la bienvenida a este mundo.
Creo que pocas personas pensamos en ese momento, luego creemos, que existimos para toda la vida. Que perduraremos, tanto o más, que todo lo que existe a nuestro alrededor.
La despedida debería de verse como algo más natural, derribando tabúes y miedos, pero esto es muy facil decirlo, lo difícil es llevarlo a la práctica. ¿Algún método? Pues no sé, pero seguro que si existiera alguno, nos haría muchos más felices, solventando un duelo menos trágico.
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Cuando sientes que la mano de la muerte se posa sobre el hombro, la vida se ve iluminada de otra manera y descubres en ti misma cosas maravillosas que apenas sospechabas” Isabel Allende.
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